Cuando el odio encuentra refugio; una conversación sobre los Incel
AUTORES: Evelyn Vanzini Hernández y Javier Gutiérrez Lozano
ELLA:
Confieso que hasta hace poco veía a los “incels” como un fenómeno lejano, algo que existía
dentro de contextos muy distintos al mío. Que se encontraba en una realidad que no
alcanzaba a traspasar la mía. Quizá incluso creí, hasta cierto punto, que era un fenómeno
únicamente existente a través de una pantalla, jamás traspasándola. Entonces ocurrió lo del
CCH Sur en septiembre, y todo cambió. Un joven vinculado a estos grupos cometió un
asesinato. De pronto, la distancia entre las redes cibernéticas y la violencia real se
desvaneció por completo.
Lo que me resulta más desconcertante es la lógica detrás de todo esto: hombres jóvenes que
responsabilizan a las mujeres de su frustración personal, que nos clasifican como “Stacys” y
construyen narrativas donde somos villanas de su historia. El rechazo es una experiencia
universal, algo que todos enfrentamos en diferentes momentos. Yo también he
experimentado el desinterés, la indiferencia y, sin embargo, jamás consideré que la
respuesta fuera culpar a un género entero. Es peligroso hasta dónde puede llegar el no
querer afrontar una realidad que no concuerda con lo que deseamos, los personajes que
podemos crear para justificar la soledad. Y más peligroso aún, lo que algunas personas son
capaces de hacer en nombre de estas estructuras creadas, ficticias.
ÉL:
El fenómeno Incel requiere un análisis más profundo que la simple indignación, aunque
esta sea absolutamente justificada. Estamos ante la manifestación de una crisis de
masculinidad en la era digital, donde jóvenes varones construyen su identidad en espacios
que validan y amplifican su resentimiento. Lo que comenzó como foros de apoyo para
personas con dificultades sociales se transformó en cámaras de eco que sistemáticamente
deshumanizan a las mujeres.
La estructura ideológica de estos grupos es preocupantemente sofisticada: crean una
cosmología completa con víctimas (ellos mismos), villanos (las mujeres “Stacys” y los
hombres “Chads”), y una narrativa que absuelve al individuo de toda responsabilidad sobre
su situación. Es un cóctel perfecto de victimización, externalización de culpas y
radicalización progresiva. Los algoritmos de las redes sociales, diseñados para maximizar
el engagement, funcionan como aceleradores de este proceso, conectando a jóvenes
vulnerables con contenido cada vez más extremo.
ELLA:
Lo que realmente me preocupa es cómo esto trasciende el espacio digital y permea nuestra
vida diaria. Cada vez que rechazo a alguien o establezco un límite, existe una pequeña voz
que me pregunta si esa persona podría reaccionar violentamente. Mis amigas y yo hemos
desarrollado protocolos de seguridad: compartimos ubicación constantemente, rechazamos
de manera “sutil” por temor a la reacción, mantenemos códigos de comunicación para
situaciones de riesgo.
Este es el impacto real de estos grupos; no solo generan violencia explícita, sino que nos
obligan a vivir con una capa adicional de miedo. Como si las múltiples formas de violencia
de género que ya enfrentamos no fueran suficientes, ahora debemos considerar que
cualquier interacción podría desencadenar la ira de alguien radicalizado en línea.
ÉL:
El caso de Lex Ashton en el CCH Sur evidencia algo que los académicos llevan años
advirtiendo: la violencia de género facilitada por internet no es un problema marginal, es
una amenaza sistémica. Lo que resulta particularmente alarmante es la edad de
vulnerabilidad. La adolescencia, ese período de construcción identitaria donde la necesidad
de pertenencia es más intensa, se convierte en el momento perfecto para la captación
ideológica.
Estos grupos ofrecen algo poderoso a jóvenes que se sienten socialmente excluidos, una
explicación simple para problemas complejos y una comunidad que los acepta
incondicionalmente, siempre que adopten el dogma del odio. Es un patrón que hemos visto
en otros procesos de radicalización, desde grupos extremistas religiosos hasta
organizaciones terroristas. La diferencia aquí es la accesibilidad; no necesitas ir a un templo
radical o a una célula clandestina, simplemente abres tu laptop estás dentro.
Como sociedad, hemos fallado rotundamente en crear espacios saludables de masculinidad
para jóvenes que luchan con el rechazo, la soledad o la inseguridad. En ese vacío, los Incel
ofrecen una narrativa alternativa, tóxica pero seductora en su simplicidad.
ELLA:
Me duele pensar en todos esos jóvenes que están en el límite, buscando un lugar donde
encajar. Entiendo profundamente lo que significa sentirse solo o desplazado, porque todos
hemos experimentado esa sensación en algún momento. Pero existe una diferencia abismal
entre la soledad legítima y la decisión de convertir esa frustración en odio hacia un grupo
específico.
Necesito ser clara en algo: nadie tiene derecho inherente sobre los cuerpos, la atención o el
afecto de otras personas. La cultura Incel se construye sobre la premisa de que las mujeres
somos recursos que deberían estar disponibles, y cuando ejercemos nuestra autonomía, nos
convertimos automáticamente en enemigas. Es una mentalidad profundamente infantil,
pero con consecuencias devastadoras y reales.
ÉL:
La solución a este fenómeno no puede ser únicamente punitiva o reactiva. Necesitamos
intervenciones educativas tempranas que enseñen inteligencia emocional, que normalicen el
rechazo como parte de la experiencia humana, y que deconstruyan las narrativas tóxicas
sobre masculinidad y derecho sexual. Las instituciones educativas deben estar equipadas
para detectar señales de radicalización temprana, y las plataformas digitales tienen una
responsabilidad ética—y deberían tener una legal—de desmantelar espacios que
promueven violencia explícita.
Pero, sobre todo, necesitamos preguntarnos qué tipo de sociedad estamos construyendo
cuando jóvenes encuentran más sentido de pertenencia en comunidades de odio que en sus
propias familias, escuelas o círculos sociales. El caso del CCH Sur no es un incidente
aislado; es un síntoma de fracturas más profundas que, si no atendemos con urgencia y
empatía crítica, continuarán produciendo tragedias evitables.
ELLA
Al final, mi deseo es simple, pero parece cada vez más difícil de alcanzar: quiero poder
transitar libremente por el mundo, establecer límites sin temor, y vivir sin tener que calcular
constantemente si mi negativa provocará una reacción violenta. No debería ser una petición
extraordinaria, pero mientras existan estos espacios donde se legitima y celebra el odio
hacia las mujeres, seguiremos teniendo estas conversaciones después de cada tragedia.
Y esa realidad, honestamente, me llena de cansancio y temor en proporciones similares. Me
pregunto cuántas generaciones más tendrán que cargar con este peso antes de que algo
cambie realmente.
ELLA: Evelyn Vanzini Hernández (Puebla, 2005). Joven poeta, estudiante de la
Licenciatura en Relaciones Internacionales en la Universidad Iberoamericana de Puebla.
Apasionada de las artes y de toda cuestión relativa al desarrollo social y cultural. Ha
participado en diversos talleres de poesía, recitales y lecturas a nivel nacional. Algunas de
sus textos se han publicado en los libros “Crisol; las voces del mundo” y “Tinta
compartida”.
ÉL: Javier Gutiérrez Lozano (Puebla, 1988). Poeta, periodista y gestor cultural. Director
Académico de UDAX Universidad y Director de Alcorce Ediciones. Autor de 14 libros y
entre tus galardones se encuentran el Premio Nacional Orden de José Martí (EE.UU. 2023),
la Medalla Iberoamericana Fray Antonio de Ciudad Real (México, 2024) y el Premio
Caballero de Primera Orden Djurad Brankovic (Serbia, 2025).

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